Antes de enviar el esférico hacia el centro del campo, José Luis ha hecho un gesto de interrogación al central Ernesto, un stoper a la vieja usanza. De esos que si pasa el balón procura que no pase el jugador. En la jugada del primer gol, Ernesto ni se ha enterado de cómo había sido driblado por el atacante del equipo rival. Dos amagues por la derecha y salida en vertical hacia la portería del pobre José Luis. El central Ernesto, cuando el delantero se disponía a anotar el primer gol del encuentro, y como último irecurso para evitar el tanto, sólo fue capaz de, en tono amenazante, gritarle al delantero: "Oye, que sabemos dónde vives". El central Ernesto tiene la cintura dolorida, resulta excesivamente lento ante el juego elaborado, tiene un especial aprecio por el juego violento y tarda algún tiempo en enterarse del resultado final de los partidos. Pero eso sí, está orgulloso de pertenecer a una plantilla que ha obtenido importantes victorias ante algunos rivales de inferior categoría. El central Ernesto tiene muy claro que con sus condiciones nunca despertará el interés de los ojeadores de la 2ª Regional. Levanta sus brazos en un reproche que no tiene destinatario concreto. Junto a él el comodín del equipo no sabe ni por donde le han llegado las hostias.
Pablito es un todo terreno... si el terreno es llano. Si se empina sufre un calvario para encontrar su sitio en el campo. El comodín sirve igual para un roto que para un descosido. Osea que igual rompe un traje que lo descose. Todavía cree que el partido está empatado a cero. Mientras Pablo trata de enterarse de cómo va el marcador, el central Ernesto sigue amenazando a los jugadores del equipo contrario. El central sabe dónde vive todo el mundo. Es un central un tanto cotilla.
No lejos de ambos Carlitos, trata de recobrar el aliento empleado en la carrera hacia su propio campo. No ha llegado a tiempo para evitar el primer gol pero su sonrisa sirve para darle al equipo el tono "cordial" que tienen aquellos que no pronuncian una mala palabra ni realizan un buen acto.
Carlitos es un defensa derecho circunstancial. Nadie sabe las razones para que juegue en ese puesto. Tampoco nadie sabe las razones para que juegue. Es lento, metido en kilos, con poca capacidad para concentrarse. Un jornalero del fútbol. Como tal, ha prestado sus servicios en distintos equipos sin que en ninguno de ellos se plantearan rendirle un homenaje. Carlitos sabe muy bien que sus limitadas condiciones sólo le permiten alinearse en la derecha. Su misión es ensanchar el campo... por la derecha. A veces cumple tan bien con su misión que se sale del terreno de juego. Entonces, Carlitos, aprovecha el momento para demostrar su simpatía con los jugadores que se encuentran calentando músculos. Porque Carlitos es simpático. Puede que esa sea su mayor virtud futbolística. Carlitos tiene muy claro que si se pudiera jugar con uno menos, nadie le pondría. Carlitos no sabe muchas cosas pero conoce que su ausencia apenas se notaría lo más mínimo.
Lo que Carlitos ignora, cree saberlo el "cerebro" del equipo. Víctor-Borrajas es un medio volante; o mejor, un volante mediocre. Lo peor del caso es que Víctor se cree Fernando Redondo o Nino Arrúa. Y, claro está, ni por aproximación se asemeja al uno o al otro. Puede que su nombre vaya unido al de esos genios en el terreno de la asociación de ideas opuestas. Lo blanco asociado a lo negro. El día asociado a la noche. La valentía a la cobardía. La clase a la ordinariez. La inteligencia a la estulticia. Fernando Redondo a Víctor-Borrajas.
No se puede negar que Víctor-Borrajas tiene toque... en el salón de su casa. Torea de salón, sin toro delante y ante una parroquia no muy exigente que envidia sin reservas su único ojo. Víctor-Borrajas, el "figura" del equipo, se diluye en el primer minuto del partido si lo marcan al hombre..., o en zona. A él le da igual. No hace distinciones. Se diluye si lo marcan. Y si no, también. No distingue la táctica de la estrategia y acepta feliz la derrota siempre y cuando el contrario le prometa meter un gol en la portería del equipo que rivaliza con el suyo en la tabla de clasificación. Víctor-Borrajas ha elegido por sí mismo el número de su camiseta. El 10. Cuando el partido está igualado y hay que fajarse en el cuerpo a cuerpo, Victor queda como lo que es. Un 10 que ha perdido el 1 de su dorsal.
El que no pierde nada es el capitán del equipo. No pierde nada porque es, además de capitán, presidente y entrenador. LuisMi, como los malos toreros, se lo lleva en crudo y sin arrimarse. Es el que mejor ficha tiene del equipo. Pacta resultados con el contrario que luego no defiende ante los socios compromisarios. Aplaude a los socios que han votado lo contrario de lo que él pactó. Le da igual jugar de extremo, de medio o de portero siempre que sea por la banda derecha. Zarataxi C.F. tiene una plantilla descompesada. Todos juegan por la misma banda. LuisMi, por ejemplo, sólo maneja la derecha aunque hay quien dice que la derecha lo maneja a él. LuisMi se mueve mejor en terrenos encharcados. El viejo Anoeta, donde el barro reinaba, sería su hábitat natural. Pero Zaragoza es de secano. Aquí el sol calienta de lo lindo y castiga los cerebros débiles y desprotegidos. El capitán tiene un juego limitado y, por tanto, predecible. Al capitán-presidente-entrenador se le da muy bien cambiarse de camiseta aunque no la haya sudado. En los preparativos del partido es capaz de pactar un resultado y defender lo contrario al minuto siguiente de que la afición proteste. "De todas maneras -parece pensar-, a la mayoría ni caso que eso de la democrácia es una mariconada de rojos de mierda". El "capi-presi-mister" no duda en presentar de nuevo a la afición, la misma derrota pactada y rechazada de modo que parezca un empate. "Corría prisa y era la mejor derrota que podíamos conseguir" ha declarado a sus más allegados. Sólo había pasado una semana desde que él y la afición pensaban todo lo contrario. Una semana antes no corría ninguna prisa. Una semana antes, el "capi-presi-mister"poco después de pactar otra derrota, se subió al carro de los que pensaban que se podía ganar la liga. LuisMi no sabe mucho de fútbol. Lo suyo es el waterpolo involuntario. Lo practica en el primer charco que se encuentra. Lamentablemente para él, en Zaragoza, como todos sabemos, el sol seca finalmente los charcos y deja, a quien en ellos se zambulle, con el culo al aire.
El balón del 1-0 que el guardameta José Luis había recogido de su portería ya está en el centro del campo. Victor, el "cerebro", arenga a los suyos con un laberinto teórico-táctico cuya salida más probable sea encajar un nuevo tanto. El "cerebro" tiene neuronas con un pésimo sentido de la orientación. A menudo le da por atacar contra su propia portería. Pero lo más llamativo es que parte de la afición le aplaude.
Como de costumbre, LusiMi no lo tiene claro pero se dispone a poner la pelota en juego. Si la hinchada supiera lo que, hasta el descanso, se le viene encima, pediría la hora. Por desgracia para unos, y por suerte para otros, los partidos duran como mínimo 90 minutos. Además, la victoría resulta mucho más gratificante si se produce con una remontada en campo contrario y en el último instante del partido.
Pablito es un todo terreno... si el terreno es llano. Si se empina sufre un calvario para encontrar su sitio en el campo. El comodín sirve igual para un roto que para un descosido. Osea que igual rompe un traje que lo descose. Todavía cree que el partido está empatado a cero. Mientras Pablo trata de enterarse de cómo va el marcador, el central Ernesto sigue amenazando a los jugadores del equipo contrario. El central sabe dónde vive todo el mundo. Es un central un tanto cotilla.
No lejos de ambos Carlitos, trata de recobrar el aliento empleado en la carrera hacia su propio campo. No ha llegado a tiempo para evitar el primer gol pero su sonrisa sirve para darle al equipo el tono "cordial" que tienen aquellos que no pronuncian una mala palabra ni realizan un buen acto.
Carlitos es un defensa derecho circunstancial. Nadie sabe las razones para que juegue en ese puesto. Tampoco nadie sabe las razones para que juegue. Es lento, metido en kilos, con poca capacidad para concentrarse. Un jornalero del fútbol. Como tal, ha prestado sus servicios en distintos equipos sin que en ninguno de ellos se plantearan rendirle un homenaje. Carlitos sabe muy bien que sus limitadas condiciones sólo le permiten alinearse en la derecha. Su misión es ensanchar el campo... por la derecha. A veces cumple tan bien con su misión que se sale del terreno de juego. Entonces, Carlitos, aprovecha el momento para demostrar su simpatía con los jugadores que se encuentran calentando músculos. Porque Carlitos es simpático. Puede que esa sea su mayor virtud futbolística. Carlitos tiene muy claro que si se pudiera jugar con uno menos, nadie le pondría. Carlitos no sabe muchas cosas pero conoce que su ausencia apenas se notaría lo más mínimo.
Lo que Carlitos ignora, cree saberlo el "cerebro" del equipo. Víctor-Borrajas es un medio volante; o mejor, un volante mediocre. Lo peor del caso es que Víctor se cree Fernando Redondo o Nino Arrúa. Y, claro está, ni por aproximación se asemeja al uno o al otro. Puede que su nombre vaya unido al de esos genios en el terreno de la asociación de ideas opuestas. Lo blanco asociado a lo negro. El día asociado a la noche. La valentía a la cobardía. La clase a la ordinariez. La inteligencia a la estulticia. Fernando Redondo a Víctor-Borrajas.
No se puede negar que Víctor-Borrajas tiene toque... en el salón de su casa. Torea de salón, sin toro delante y ante una parroquia no muy exigente que envidia sin reservas su único ojo. Víctor-Borrajas, el "figura" del equipo, se diluye en el primer minuto del partido si lo marcan al hombre..., o en zona. A él le da igual. No hace distinciones. Se diluye si lo marcan. Y si no, también. No distingue la táctica de la estrategia y acepta feliz la derrota siempre y cuando el contrario le prometa meter un gol en la portería del equipo que rivaliza con el suyo en la tabla de clasificación. Víctor-Borrajas ha elegido por sí mismo el número de su camiseta. El 10. Cuando el partido está igualado y hay que fajarse en el cuerpo a cuerpo, Victor queda como lo que es. Un 10 que ha perdido el 1 de su dorsal.
El que no pierde nada es el capitán del equipo. No pierde nada porque es, además de capitán, presidente y entrenador. LuisMi, como los malos toreros, se lo lleva en crudo y sin arrimarse. Es el que mejor ficha tiene del equipo. Pacta resultados con el contrario que luego no defiende ante los socios compromisarios. Aplaude a los socios que han votado lo contrario de lo que él pactó. Le da igual jugar de extremo, de medio o de portero siempre que sea por la banda derecha. Zarataxi C.F. tiene una plantilla descompesada. Todos juegan por la misma banda. LuisMi, por ejemplo, sólo maneja la derecha aunque hay quien dice que la derecha lo maneja a él. LuisMi se mueve mejor en terrenos encharcados. El viejo Anoeta, donde el barro reinaba, sería su hábitat natural. Pero Zaragoza es de secano. Aquí el sol calienta de lo lindo y castiga los cerebros débiles y desprotegidos. El capitán tiene un juego limitado y, por tanto, predecible. Al capitán-presidente-entrenador se le da muy bien cambiarse de camiseta aunque no la haya sudado. En los preparativos del partido es capaz de pactar un resultado y defender lo contrario al minuto siguiente de que la afición proteste. "De todas maneras -parece pensar-, a la mayoría ni caso que eso de la democrácia es una mariconada de rojos de mierda". El "capi-presi-mister" no duda en presentar de nuevo a la afición, la misma derrota pactada y rechazada de modo que parezca un empate. "Corría prisa y era la mejor derrota que podíamos conseguir" ha declarado a sus más allegados. Sólo había pasado una semana desde que él y la afición pensaban todo lo contrario. Una semana antes no corría ninguna prisa. Una semana antes, el "capi-presi-mister"poco después de pactar otra derrota, se subió al carro de los que pensaban que se podía ganar la liga. LuisMi no sabe mucho de fútbol. Lo suyo es el waterpolo involuntario. Lo practica en el primer charco que se encuentra. Lamentablemente para él, en Zaragoza, como todos sabemos, el sol seca finalmente los charcos y deja, a quien en ellos se zambulle, con el culo al aire.
El balón del 1-0 que el guardameta José Luis había recogido de su portería ya está en el centro del campo. Victor, el "cerebro", arenga a los suyos con un laberinto teórico-táctico cuya salida más probable sea encajar un nuevo tanto. El "cerebro" tiene neuronas con un pésimo sentido de la orientación. A menudo le da por atacar contra su propia portería. Pero lo más llamativo es que parte de la afición le aplaude.
Como de costumbre, LusiMi no lo tiene claro pero se dispone a poner la pelota en juego. Si la hinchada supiera lo que, hasta el descanso, se le viene encima, pediría la hora. Por desgracia para unos, y por suerte para otros, los partidos duran como mínimo 90 minutos. Además, la victoría resulta mucho más gratificante si se produce con una remontada en campo contrario y en el último instante del partido.
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